Mi hijo mayor pasó una etapa en la que decía que no se iba a casar porque iba a ser escolapio y sacerdote. Yo me planteé muy seriamente esa posibilidad con 23 años. Mi abuelo, de niño, se pidió a los Reyes Magos un altarcito y una estola y una sotanita para jugar a ser cura y decir misa… Que viene de familia, vamos… Ser sacerdote siempre es, y fue, una posibilidad real para aquellos que vivimos la vida desde el servicio y, además, hemos recibido una educación católica y sensible a lo trascendente. Luego, la que es ahora mi mujer se cruzó en mi camino y descubrí mi vocación matrimonial y a una vida en familia que me satisface plenamente. Pero tuve abiertas las puertas al sacerdocio hasta que Dios me dejó entrever que lo mío era otra cosa…
Mi vida ha estado rodeada de sacerdotes y, de casualidad, no me he topado con ninguno que fuera ladrón, pederasta, jugador, sacrílego… (leer con ironía). Me he ido encontrando con sacerdotes maravillosos, cada uno en su manera de ser y de llevar el ministerio. Recuerdo la exigencia de mi confesor en Coruña y cómo, a la vez, yo siempre salía sonriendo del confesionario. Recuerdo los pitillos que se fumaba en clase (¡qué barbaridades se hacían antes!) el escolapio que nos preparó para la Primera Comunión y la importancia que le daba a que nos aprendiéramos de memoria oraciones que, aún hoy, no se me han olvidado. Recuerdo al Mosen que, en un pueblecillo de Barcelona, nos recibía en su rectoría, verano sí verano también, a mi tía y a la familia para darnos de comer, jugar con los niños, compartir su descanso con sus amigos… Recuerdo la atención prestada a las maravillosas homilías de otro, en Coruña, y lo mucho que me construyeron en mis años de adolescencia y juventud. Compruebo cada día la entrega de muchos escolapios que regalan sus 24 horas a los niños, a los jóvenes y a sus familias… que se gastan en su educación, en su futuro… Recuerdo los ratos en el despacho parroquial de Los Rosales programando actividades y pensando las mejores maneras de llevarlas a cabo. Admiro a muchos de los que hoy están a mi lado por su valentía, por su paso firme en un mundo cambiante y tramposo. me encantó “La última cima” y disfruto viendo 13tv…
Si yo fuera joven, me lo plantearía. Me dejaría interpelar por Dios y afrontaría la posibilidad de que Dios me estuviera llamando al sacerdocio, con pasión. Porque ser sacerdote, al final, es vivir una vida apasionante. Ser sacerdote es llevar el abrazo de Jesús en la cruz a todos, al último, a aquel que se ha ido y no sabe cómo volver. Ser sacerdote es dar un paso y otro, y otro más, tras Cristo. Es ser ofrenda total para cada hombre y para cada mujer. Es ser palabra amable y mano tendida cuando ya nada queda, cuando el tornado del pecado se lo ha llevado todo. Es llevar al mundo el mejor PAN y el mejor VINO; ser testigo de la obra de Dios en las personas, acompañar a aquellos que necesitan de esperanza. Es ser palabra y silencio. Es ser mediador entre Dios y el mundo en tantas ocasiones…
Hoy, mi oración se convierte en acción de gracias por todos ellos y en plegaria por su fidelidad. Que el Señor les premie adecuadamente y los conserve en su amor y en su entrega.
Un abrazo fraterno